Cuando mi hermano mayor tenía 13 años se aficionó a algo muy inusual. Lo llamábamos «bucear en el descarte». Cerca de donde vivíamos había un edificio de departamentos en el que se alojaban estudiantes de todo el país. Al final del año lectivo se deshacían de todo lo que no querían llevarse a casa, entre lo cual siempre había algún artículo de cierto valor. Mi hermano, como es lógico, no desaprovechaba la oportunidad.
Un día trajo a casa un pequeño árbol serpiente, que me regaló. Mi madre, que es aficionada a las plantas, me comentó que era un valioso hallazgo. Llevé el arbolito a mi habitación, y lo sacaba cada tanto a la terraza para que le diera el sol. Al cabo de unos meses las hojas se le pusieron mustias y se le empezaron a caer. Después de un par de semanas no le quedaba ninguna. Cuando le pregunté a mi madre qué pasaba, me dijo que tal vez estaba hibernando. Una planta sin hojas no me llamaba la atención para nada, así que la puse en el patio junto a las otras plantas de maceta de mi madre. Allí se quedó largo tiempo, pelada y triste.
Un día mi madre trajo una planta a mi cuarto. Sí, era mi arbolito serpiente, y tenía un montón de retoños en las puntas de las ramas. En las siguientes semanas los brotes se desarrollaron y salieron hojas. Con el tiempo mi planta volvió a florecer. Ese ciclo se repitió durante varios años.
A la postre me fui de casa y le dejé el arbolito a mi madre, que tan buena mano tiene con las plantas. En una de sus cartas me escribió: «Pensé que tu arbusto asiático se había muerto. Estuve a punto de tirarlo, pero ya sabes que no me gusta botar una planta. Esperé un tiempo y volvió a brotar, más frondosamente que nunca».
La primavera siguiente fui a visitarla. La mayoría de mis hermanos ya se habían ido de casa, lo que le dejaba a mi madre más tiempo para la jardinería. El patio estaba precioso, lleno de fragantes rosales, y de pérgolas y enrejados cubiertos de flores. Y en la terraza, trasplantado a una maceta más grande, estaba mi arbolito serpiente. Tenía casi un metro y medio de alto.
Dicen que lo que una persona menosprecia puede ser muy cotizado por otra. El recuerdo de aquel árbol serpiente siempre pervivirá en mi corazón. No es que me ponga sentimental por una planta; es porque me enseñó a tener esperanza.
Al comenzar el nuevo año, algunas cosas parecen estar hibernando ¿unos cuantos sueños y aspiraciones?; pero el sol del amor de Dios, el agua de Su Palabra y unos pocos cuidados Suyos las harán brotar a Su tiempo. Si Él hace que una simple planta renazca y se fortalezca año tras año, ¿cuánto más podemos esperar que haga por nosotros, a quienes ama entrañablemente y para quienes creó todo lo demás?