Billy Sunday y el banquero

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Jamás hubo predicador más pintoresco que Billy Sunday, ex beisbolista, que surgió en los EE.UU. de principios del siglo XX y arrastraba a las multitudes dondequiera que iba. Todavía se cuentan numerosas anécdotas sobre su estilo poco convencional y desbordante de entusiasmo, de guiar a la gente al Señor. Una de ellas me la contó hace años Wallace Byrd, entonces vicepresidente de un banco de Pensilvania.

En aquella época, Byrd era jefe de caja cuando llegó Billy Sunday a la ciudad para llevar a cabo una campaña de evangelización. Las muchedumbres acudían a escucharlo, pero Byrd no asistió. No le interesaba la religión, y menos aún los predicadores itinerantes.

Pero por un capricho del destino, Billy Sunday abrió una cuenta en el banco de Byrd.

Día tras día, Byrd observaba cómo aumentaba el dinero ingresado en la cuenta de Billy. Simultáneamente, su animosidad hacia el predicador iba en aumento.

Terminó la campaña, y el lunes siguiente Billy Sunday llegó al banco para saldar las cuentas. Entre los cheques de lo recaudado la noche anterior había uno por cinco dólares. Esto dio a Byrd oportunidad de ventilar algo de su resentimiento.

—No podemos pagar esto, señor —dijo Byrd.

—¿Por qué no? —preguntó Sunday.

—La señora que expidió este cheque tiene menos de cinco dólares en su cuenta —respondió—. Es una viuda muy pobre.
Sunday frunció el ceño al ver el cheque. Byrd vio la oportunidad de arremeter con una nueva estocada, y añadió:

—Es más, su casa está hipotecada en mil quinientos dólares. Muy pronto tendremos que ejecutar la hipoteca.

Byrd pensó: ¡Eso le va a doler a este que se lleva el dinero de otros!

Por toda respuesta, Sunday hizo pedazos el cheque de la viuda. Un momento después entregó un papel a Byrd y preguntó:

—¿Pagaría este?

Byrd bajó la vista. Era un cheque de la cuenta de Sunday por 1.500 dólares. Sunday añadió:

—Para la hipoteca de la viuda.

—¿Por qué hace esto? —preguntó Byrd.

—Amigo —respondió Sunday—, ¿nunca ha leído en la Biblia lo que debe hacer quien tiene medios económicos por los huérfanos y las viudas?

Sunday se fue, y Byrd quedó conmocionado. No dejaba de pensar en lo ocurrido. Tuvo que reformular su concepto de los predicadores. También pensó en la viuda. ¿Sería que ella, al dar con fe de sus pocas posesiones, habría sido recompensada por su donativo?

Aquel fue un momento decisivo en la vida de Wallace Byrd, el suceso que condujo a su conversión. Wallace Byrd me confesó que jamás había escuchado predicar a Billy Sunday. El único sermón que presenció fue su firma en un cheque personal.

La anécdota de Lon Woodrum es gentileza de Guideposts