Emily Nash es una señora norteamericana que hace terapia basada en el arte dramático. Asistí a un seminario suyo en el que relató su experiencia en un centro de tratamiento de niños y jóvenes afectados por diversos traumas. Los muchachos que asistían a su clase muchas veces se mostraban belicosos, propensos a conductas negativas y a infligirse daños ellos mismos. Eran además incapaces de confiar en la gente mayor y en sus mismos compañeros. Casi todos tenían historiales de graves abusos y abandono emocional.
Por norma traían sus actitudes negativas a la clase, lo que se reflejaba en su lenguaje soez y gestos groseros.
Sentados en un círculo a la usanza de las terapias de grupo, algunos expresaban su agresividad con afirmaciones por el estilo de: «Detesto estar aquí» o «¡No soporto esto!»
—Muy bien
—decía Emily
—pero ¿por qué?
—preguntaba a cada uno.
—¡No hay respeto!
—¡Estos estúpidos se ríen de mí!
—¡Nadie me escucha!
—¡Demasiadas peleas!
Después de escuchar sus motivos, Emily respondió:
—Yo interpreto que lo que ustedes detestan no es esta clase, sino vivir en un medio en el que la gente no respeta a su prójimo ni confía en sus semejantes. Se burlan de las personas que no les caen bien y pelean.
Todos asintieron como diciendo: «¡Por fin alguien nos escucha!»
—¿Qué tal —planteó Emily— si creáramos un ambiente en el que se sintieran respetados, un pequeño mundo en el que sus necesidades fueran satisfechas y en la que se sintieran seguros? ¿Cómo sería ese mundo? ¡Labrémoslo todos juntos!
Eso estimuló la imaginación de los muchachos.
—¡Llamémoslo Parkville! —dijo alguien logrando el acuerdo de todos.
El proyecto Parkville cobró fuerza y duró seis meses. La clase confeccionó un cartel que rezaba: ¡Bienvenido a Parkville, donde todas sus necesidades son satisfechas! Dibujaron un mapa de la ciudad en el que incluyeron sitios de interés que reflejaban lo que querían para su localidad. Eligieron a algunos de los chicos para desempeñar diversas funciones en la ciudad: alcalde, director del colegio, director del centro de artes, dueño y chef del café común, gerente de la tienda de videos y muchas más. Crearon eventos especiales. Dieron con soluciones a los problemas de la ciudad en reuniones del consejo municipal. Fue tal el desarrollo de Parkville que todos dijeron que les encantaría vivir en un lugar así. Muchas obras de expresión artística nacieron a partir de aquella idílica ciudad imaginaria.
El primer paso fue lograr que los jóvenes se abrieran y se expresaran. Para ello Emily les hacía preguntas y escuchaba atenta y respetuosamente sus respuestas, aunque al principio fueran bastante negativas. El siguiente paso fue estimularlos a que canalizaran sus energías en proyectos constructivos que despertaran su interés. Emily explica el éxito de Parkville:
El proyecto dio a aquellos jóvenes ocasión de experimentar la vida en una colectividad que funcionaba. Para muchos esa era la primera vez que hacían algo así. Y valió la pena, aunque solo fuera durante su permanencia en el centro. Crearon un entorno solidario en el que podían expresar sus necesidades y en el que los demás prestaban atención y actuaban en consecuencia, una ciudad edificada sobre el respeto y concordia, un mundo de oportunidades.
En ese juego dramático o de imitación descubrieron que podían ser ciudadanos de bien y que podían hacer un aporte a la sociedad. Se relajaron las limitaciones que ellos mismos se imponían y cultivaron nuevas fortalezas y aptitudes. Un joven que tenía una conducta muy destructiva se convirtió en un referente, un padre cariñoso y un recurso para la comunidad.
Hoy en día se emplean diversos métodos para formar y orientar a los jóvenes apelando a sus propios intereses. Entre otros, se realizan programas deportivos, terapias de arte dramático y trabajos colectivos. Gracias a estas actividades los jóvenes adquieren aptitudes que les servirán para toda la vida y un concepto positivo de sí mismos. Cuando los ayudamos a reconocer objetivos y superar los obstáculos con que se topan en el camino, contribuimos al desarrollo de sus posibilidades.