¿Has tenido alguna vez la sensación de que la vida te llevaba por mal derrotero, o de que las cosas no estaban destinadas a salirte bien? Yo sí. Hubo una época de mi vida en que nada parecía tener sentido, como los hilos desordenados del revés de un tapiz.
Un caso grave de escoliosis (desviación de la columna vertebral) que sufrí desde pequeña me llevó a sumirme en una depresión. Al enfrentarme a las preocupaciones y angustias de la adolescencia, mi situación empeoró todavía más. A los 15 años ya consumía drogas. Es increíble que lograra salir adelante tras esos años turbulentos, pero así fue. Ahora me doy cuenta de que se debió al amor y la misericordia de Dios. De todos modos, en aquel entonces no pude haberme sentido más perdida y desamparada: la noción de Dios era algo ajeno para mí.
Entre los veinte y los veinticinco años trabajé de enfermera en el pabellón de oncología de un hospital. Sin embargo, el presenciar tanto sufrimiento, día tras día, mes tras mes, fue demasiado para mí. Cada vez me fui desilusionando más de la vida. No sabiendo a quién acudir, decidí partir de Alemania, mi tierra natal, para recorrer el mundo en busca de la verdad. Terminé en la India, donde tras un intento fallido de convertirme en monja budista, me fui peregrinando por caminos polvorientos en busca de paz, felicidad y una razón para vivir.
Hasta que cierto día, en el norte de la India, sostuve una profunda conversación con un joven integrante de La Familia Internacional. Le expuse mis numerosos interrogantes acerca de la vida, y una por una fue señalándome las respuestas que se encontraban en la pequeña Biblia de bolsillo que llevaba consigo a todas partes. Siete horas más tarde había agotado mi lista de preguntas y decidí poner a prueba lo que él llamaba «las promesas de la Biblia». Mi vida estaba a punto de dar un vuelco positivo; iba a echarle un vistazo al tapiz de mi vida, pero por el frente, y todo comenzaría a cobrar sentido.
Cuando invité a Jesús a formar parte de mi vida no experimenté ninguna gran emoción; pero en el curso de los seis meses siguientes sucedió algo maravilloso. Las Palabras de la Biblia nutrían mi alma y me resultaban cada día más claras.
Eso ocurrió hace veinticinco años. Desde entonces, como un hilo dorado que se ha entretejido en el tapiz de mi vida, la Palabra de Dios me ha guiado por valles y montañas, en días soleados y en épocas tempestuosas, junto a arroyos refrescantes y a través de extensos desiertos. Pero más allá del camino por el que transitara o del lugar en que me encontrara, nunca han dejado de producirme intensa alegría, paz y crecimiento espiritual.