Nadar con gigantes marinos

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Hace poco hice algo que debería figurar en la lista de lo que todos queremos hacer alguna vez en la vida: nadé entre tiburones ballena.

En efecto, tiburones ballena. Es la especie de mayor tamaño entre los peces. Sí, bueno, no estoy muy segura de si nadaba con ellos o los perseguía; pero sin duda fue una experiencia inolvidable.

Los tiburones ballena son de una magnitud considerable y tienen la piel cubierta de lunares y rayas que semejan un tablero de ajedrez. Se les puede ver emigrando durante los meses calurosos del verano en la costa frente a Donsol, aldea pesquera próxima a la ciudad de Legazpi en Luzón, esa gran isla al norte de Filipinas.

En un tiempo no se sabía mucho de este diminuto pueblo. Los pescadores vivían tranquilamente y la economía no se movía gran cosa. Todo eso cambió cuando se descubrieron en las oscuras aguas cientos de tiburones ballena —que en tagalog se llaman butandings— y se abrió una nueva vía al turismo.

Ahora los turistas llegan en tropel, en muchas barcas a la vez, como las que nos cruzábamos en nuestro viaje. Cada bote llega con tres o cuatro personas a bordo en busca de butandings.

De pronto el patrón de la embarcación gritó: «¡Ahora! ¡Todos al agua!» Y los cinco que estábamos a bordo de la banca (pequeña embarcación filipina), deslizando los pies sobre las tablillas de bambú, nos zambullimos.

Me costaba mucho mantener el ritmo al que nadaban los cuatro hombres; pero en un momento logré asirme al patrón, que me llevó más hondo, a donde la luz del sol iluminaba las manchas y rayas del pez gigante que tenía debajo de mí. ¡Estaba nadando sobre la cabeza del tiburón!

Por un instante, tuve al escualo al alcance de la mano, y luego desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Su inmenso tamaño no lo hacía avanzar con más lentitud; los tiburones ballena se mueven con rapidez en mar abierto. De repente aparece y un momento después ya no está. ¡Zas!

En aquel fantástico momento, me sentí sobrecogida por la grandeza de esos amistosos animales. Jamás olvidaré aquel día.

Hoy lo recordé porque nuevamente me las vi con monstruos sobrecogedores de duda, dificultades y obstáculos. Me refiero a dificultades económicas, desafíos y nuevas situaciones. Eran como tiburones que nadaban a mi alrededor en el inmenso mar de la vida.

En comparación, recuerdo los tiburones ballena en todo su esplendor y grandeza. ¿Qué son, sino animales marinos inofensivos mayores que yo? ¡Y son una preciosidad! No se les debe temer, sino buscar para contemplar su grandiosidad y belleza. Son el motivo por el que tantos viajeros llegan a las playas de Donsol.

Sin grandes desafíos nos sentimos a salvo; cuando todo se ve claro estamos tranquilos. Pero luego temblamos al toparnos con un desafío. Vemos esos monstruos y pedimos a Dios que nos libre.

Pero no quiero ver esas experiencias de la vida como gigantes amenazadores, sino como retos. Y vale la pena ir tras ellos, aunque solo sea por la emoción de vivir la experiencia. La vida no consiste solo en sobrevivir. También es aventura.

«¡Ahora! ¡Todos al agua!»