En el último día de una visita a Ghana para llevar un contenedor con artículos reunidos por integrantes de La Familia de Europa a fin de distribuirlos entre necesitados de ese país, tuve una experiencia inolvidable gracias al incontenible espíritu de alabanza de los africanos.
Poco antes de volver a España, Glenn y yo pasábamos por un estacionamiento y vimos a un minusválido que trataba de impulsarse cuesta arriba en una silla de ruedas que estaba en pésimas condiciones. En ese momento teníamos en la parte posterior de nuestro vehículo una silla de ruedas que había llegado en el contenedor, y de inmediato comprendimos para quién la había enviado el Señor. El mendigo se llama Kwame. ¡Se pueden imaginar lo contento que se puso con la silla de ruedas! Pero yo diría que el regalo más grande lo recibimos Glenn y yo cuando vimos a Kwame alzando los brazos al Cielo y alabando a Dios.
Llorando, nos contó que había rezado por una nueva silla de ruedas. Luego se levantó los pantalones para mostrarnos sus extremidades desnudas. Explicó que de niño había tenido poliomielitis. Estaba seguro de que debía haber cometido un pecado terrible para que Dios lo castigara con tan grave enfermedad. Le hablamos del gran amor y misericordia que Dios nos tiene a todos, y oró para recibir a Jesús en su corazón con la salvación.
Mientras tanto, se acercaron los guardias del estacionamiento a ver qué pasaba, porque estábamos llamando la atención de otras personas que estacionaban o volvían para recoger su vehículo. Se congregó un pequeño grupo, y todos alzaron los brazos y alabaron al Señor junto con nosotros.
El Señor no pudo hacernos mejor regalo de despedida.