La Muestra de Alfarería

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En los exhibidores de una muestra de alfarería que visité hace poco se apreciaban piezas muy diversas: unas grandes, otras pequeñas, unas funcionales, otras meramente decorativas. Todas, sin embargo, tenían algo en común: habían sido modeladas con gran habilidad. Había unos juegos de café muy prácticos, elegantes vasijas, cuencos comunes y corrientes para fruta, ornamentos afiligranados, placas, platos, estatuillas, tazones, jarras, tarros para mermelada, soperas, teteras, cafeteras y azucareros. Cada artículo ponía de relieve la pasión y el detallismo de su creador. El arte de moldear la arcilla para convertirla en ladrillos, azulejos u objetos de porcelana es uno de los más antiguos.

Podría decirse que cada objeto se elaboró a partir de un terrón de arcilla. ¿Qué lo transformó en una pieza refinada? Un par de manos hábiles, ¡cómo no! Pero más importante aún, hubo una finalidad y un diseño. «¿Haremos un exquisito florero, o un juego de loza? ¿Moldearemos una jarrita para agregar crema al café, o un recipiente para encurtir hortalizas?»

Dios es alfarero. Nosotros somos las vasijas de arcilla que Él modela. Hizo cada una distinta, para un fin muy particular. El Creador sabía qué forma darle a cada parte y el punto exacto dónde colocar cada asa y cada pitorro. Sabía qué partes debían ser compactas y resistentes.

Por incompetente que me sienta y por muchas dotes y cualidades que me falten, Dios sabía qué rasgos precisaba yo para cumplir el propósito por el que me creó, mi destino. Quejarme o menospreciar lo que me ha dado sería tan absurdo como que la ensaladera se lamentara de no tener pico, o el florero de ser muy alto, o la tetera de ser muy gordo. ¿Y el plato? Podría protestar porque es muy plano y simple. Pero no. Cada uno de esos objetos fue concebido para cumplir una función.

Aunque vi bellas joyas de alfarería en aquella muestra, cuando llegué a casa no me lamenté de no ser la propietaria de alguna de ellas. Feliz me tomé un cafecito en mi taza preferida, que cumple honradamente su función todos los días.

Tengo la sensación de que así nos ve Dios. Al crearnos nos dotó de lo necesario para lo que se propuso que fuéramos e hiciéramos en esta vida. Nada lo complace más que vernos aprovechar al máximo esos atributos.

Es hora de servirme otra tacita de café.

¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: «¿Por qué me has hecho así?» (Romanos 9:20)

Abi May es integrante de La Familia Internacional