Alas de gratitud

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A veces nos enredamos tanto en las pequeñas dificultades de cada día, nos concentramos tanto en nuestros problemas personales, que no apreciamos como es debido las grandes bendiciones que nos da Dios. Esto me pasó una calurosa mañana de verano. Mi hermana mayor volvería a su trabajo en unos días, el colegio empezaba pronto, y yo tenía mucho que hacer para encargarme de la casa y de mis siete hermanos, aparte de mis labores de misionera. Tenía pocos amigos que vivieran cerca, no disponía de mucho tiempo libre y andaba tremendamente desanimada.

No creo que haya nadie de mi edad en peor situación, me dije para mis adentros mientras me sentaba frente a la computadora para hacer mi estudio semanal de la actualidad internacional. Al poco rato, aparecieron frente a mis ojos testimonios de horror, pobreza y opresión. Siempre me habían afectado esas noticias, y rogaba fervientemente por los inocentes que sufrían. Pero ese día algo me llamó la atención de una forma muy diferente. Decía:

Huía con mis hijos cuando empezó un tiroteo. Tratamos de correr, pero en ese momento se produjo una terrible explosión; cuerpos y ropas saltaron por todas partes. Llamé a gritos a mis hijos, pero era tarde. Mis cuatro florecillas habían desaparecido con la humareda.

La siguiente nota decía: La vida es una lucha penosa por la supervivencia. A mi hermanita la mataron cuando paseaba en bicicleta cerca de nuestra casa. La muerte se cierne constantemente sobre nosotros. Cada día podría ser el último. Mi madre se pasa el día llorando.

No pude seguir leyendo. De repente la vida me pareció maravillosa a pesar de mis muchos problemas. Mi familia era un tesoro; mi trabajo, un placer. Estaba sana y fuerte. Despertaba cada mañana con ropa que ponerme, comida sobre la mesa y un techo sobre la cabeza. Tenía la alegría, el apoyo moral y la fe que proviene de haber recibido una sólida formación cristiana. En un instante, lo que consideraba tan importante perdió valor para mí. Dios me había bendecido con los mayores regalos posibles: el amor y la paz. Me abrió los ojos, y tuve la certeza de que me bastaba con ellos.

Desde aquel día mi vida ha sido mucho más fácil. Las circunstancias son las mismas, pero yo soy diferente. He descubierto que puedo superar toda prueba remontándome con las alas de la gratitud.

Elisabeth Sichrovsky es misionera de La Familia en Asia