Bambú

bamboo

En el corazón del Reino de Oriente se extendía un hermoso jardín. El Amo, aprovechando el fresco de la tarde, se paseaba por sus predios. De todos los moradores del jardín, el más bello y amado era un noble bambú de grácil silueta.

Cada año aumentaban la belleza y la elegancia de Bambú. Éste era consciente del cariño del Amo y de que aquél se complacía contemplándolo. A pesar de ello era siempre humilde y de actitud amable. Con frecuencia, cuando el viento acudía a juguetear en la floresta, Bambú se despojaba de su dignidad y se ponía a bailar y a balancearse alegremente, inclinándose en jubiloso abandono. Presidía la gran danza del jardín, que llenaba de gozo el corazón del Amo.

Cierto día el Amo se acercó a Bambú para observarlo detenidamente. Con mirada de curiosa expectativa, Bambú inclinó su majestuoso penacho hasta el suelo en señal de reverencia. El Amo se dirigió a él:

—Bambú, Bambú, necesito tus servicios.

—Amo, estoy dispuesto. Dime qué deseas.

—Bambú —dijo el Amo con voz grave—, me veré obligado a llevarte de aquí, a cortarte.

Horrorizado se estremeció Bambú:

—¿Co… cortarme, Amo… a mí, a quien convertiste en el más hermoso de tu jardín? ¿Cortarme? ¡Ah, no! ¡Eso no! Sírvete de mí para tu placer, oh Amo, pero… ¡no me cortes!

—Mi precioso Bambú —dijo el Amo con voz aún más grave—, si no te corto, no podrás serme útil.

El jardín se cubrió de silencio. El viento contuvo su soplo. Lentamente Bambú inclinó su glorioso penacho. Se alcanzó a oír un susurro. Bambú contestó:

—Amo, si no puedo serte útil a menos que me cortes, haz entonces tu voluntad. Córtame.

—Bambú, mi amado Bambú, debo también cortar tus hojas y ramas.

—Amo, te suplico, ¡ten piedad! Tálame y pon mi belleza entre el polvo. Pero ¿es necesario que también me arranques las hojas y las ramas?

—Ay, Bambú; si no te las corto, no me servirás.

El sol ocultó su rostro. Una mariposa que escuchaba el diálogo alzó temerosa el vuelo.

Bambú tembló, presa de terrible ansiedad, y asintió quedamente:

—Amo, corta ya.

—Bambú, Bambú, debo también partirte en dos y sacarte el corazón. Si no lo hago, no me serás útil.

—Ay, Amo mío, corta entonces y párteme.

Así pues, el Amo del jardín cortó a Bambú, podó sus ramas, le arrancó las hojas, lo partió en dos y le sacó el corazón. Lo alzó entonces cuidadosamente y lo llevó hacia un manantial del cual surgía a borbotones agua fresca y cristalina, en medio de las resecas tierras del Amo.

Luego, el Amo depositó a Bambú suavemente en el suelo, apoyando un extremo en el manantial y el otro en un canal que llevaría el agua hacia el campo. El manantial emitió su canción de bienvenida. El agua fresca y chispeante se lanzó con júbilo por el cuerpo rajado de Bambú rumbo a los campos sedientos.

Enseguida se plantó el arroz. Transcurrieron los días. Aparecieron los brotes. Llegó el tiempo de cosecha. Entonces el cuerpo de Bambú, antes erguido en su imponente hermosura, cobró más gloria aún en su humildad y quebranto. Cuando era hermoso abundaba en vida. ¡Pero al ser quebrantado se convirtió en un canal de vida en abundancia para el mundo de su Amo!

«Llamando a la gente y a Sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí y del Evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”»