El águila encadenada

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Muchas personas se proponen hacer esto o aquello, cambiar una cosa u otra, superar algún vicio o cultivar una buena costumbre. A veces lo consiguen; con frecuencia no. ¿Será porque muchos nos parecemos al ave de la siguiente anécdota?

Un hombre tenía un águila que durante muchos años mantuvo encadenada a una estaca. Todos los días el ave caminaba incesantemente alrededor de aquella estaca. Tanto es así que con el tiempo labró un surco en el suelo. Al cabo del tiempo el águila se fue haciendo vieja. El amo, apenado, decidió soltarla; así que le quitó la argolla de metal que la mantenía sujeta de una pata y la lanzó al aire. El ave era libre, pero ya no sabía volar. Aleteó un poco hasta volver a caer pesadamente al suelo. Entonces se dirigió otra vez a su surco y reanudó su marcha en redondo tal como lo había hecho día a día a lo largo de los años. Nada la ataba a aquel surco, ningún grillete ni cadena, sólo la fuerza de la costumbre.

Existe un dicho que reza: «Las cadenas de las malas costumbres son tan ligeras que no las notamos hasta que se tornan demasiado fuertes para romperlas». Eso sería irremediable de no intervenir el Señor y Su poder. A nosotros mismos nos es imposible transformarnos, pero Dios sí es capaz de hacerlo mediante el poder milagroso de Su Espíritu. Él obra lo que escapa a nuestro alcance.

Quizá tengamos que poner una buena dosis de fuerza de voluntad para que se opere el proceso de transformación, pero con las fuerzas que nos otorga Dios y con Su divina intervención, tenemos mayor resolución, determinación y capacidad para cambiar de lo que creemos posible. Él dijo: «Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22).

Eso es lo que significa llegar a ser una «nueva criatura en Cristo» (2 Corintios 5:17). Cuando Jesús se hace parte íntima de nuestra vida, no solo nos renueva, purifica y regenera el espíritu, sino también el pensamiento. Desmantela nuestras anteriores conexiones y actos reflejos y gradualmente reconstruye nuestra mente hasta convertirla en una nueva computadora, dándonos un concepto totalmente distinto de la vida, un nuevo modo de ver el mundo y nuevas reacciones ante casi todo lo que nos rodea.

No obstante, a nosotros nos es imposible realizar ese cambio por nuestra cuenta. Si queremos transformarnos, es preciso que acudamos a Jesús y le pidamos que intervenga. A veces el cambio es instantáneo; en otros casos toma tiempo. Pero si le pedimos ayuda y hacemos lo que está dentro de nuestras posibilidades, el cambio se produce, porque Jesús transforma a las personas.

David Brandt Berg (1919-1994) fue fundador de La Familia Internacional