Los clavos en el poste

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Cuando era niño tenía mucho genio y con frecuencia hacía comentarios desagradables y cosas muy desconsideradas.

Un día, después que discutí con un compañero de juegos y lo hice llorar, mi padre me dijo que por cada cosa mala o hiriente que hiciera, él pondría un clavo en el poste del portón. Y cada vez que fuera amable o hiciera una buena obra, sacaría uno.

Pasaron los meses. Cada vez que entraba por la verja recordaba las razones por las que mi padre había puesto allí los clavos, los cuales se incrementaban día a día. Hasta que decidí imponerme la meta de acabar con ellos.

¡Por fin llegó el ansiado día en que tan sólo quedaba un clavo! Una vez que mi padre lo hubo arrancado, exclamé orgulloso: «Papá, ya no hay ninguno».

Mi padre, alzando la vista, miró pensativo el poste y me dijo con voz pausada: «Sí, los clavos ya no están, pero quedan las marcas».