A mi esposo Bud y a mí nos gusta navegar. Cuando la mar está en calma y el viento estable es una experiencia sumamente grata. Pero a veces el agua se embravece y el viento nos mete el miedo en el cuerpo.
En una ocasión, cambió bruscamente el estado del tiempo alterando nuestra plácida travesía. Olas de unos dos metros arremetían de forma incesante contra nuestra embarcación y nos preparamos para un viaje muy zarandeado.
De repente, Bud oyó un ruido que parecía provenir de la proa. Abriéndose paso con esfuerzo a través del agua que el viento nos arrojaba encima, descubrió que el ancla se había soltado y estaba golpeando contra el casco. Con cada golpe aumentaba el peligro de que se abriera un agujero en la fibra de vidrio.
Entonces Bud hizo lo más aterrar que le he visto hacer en la vida. Sin chaleco salvavidas, se dirigió a la proa dejándome a cargo del timón mientras él recogía el ancla.
Las enfurecidas olas lo azotaban sin tregua. Concen-trando mi atención en Bud, me puse a planear lo que haría para rescatarlo si llegaba a caerse por la borda.
La voz de mi esposo entre el furor de los elementos puso fin al miedo que me atenazaba: “¡Retoma el rumbo! -gritó-. ¡Apunta hacia el indicador!”
Apartar la atención de mi marido y fijar la vista en el indicador fue la orden más difícil que he tenido que cumplir en la vida. Contra todo lo que me aconsejaban mis instintos, volví a tomar el rumbo mientras Bud sujetaba el ancla.
Aquella tarde nos dejó a los dos una valiosa enseñanza: el peligro acecha a la vuelta de cada esquina, y es fácil distraerse apartando la vista de los verdaderos objetivos, sintiendo la tentación de cambiar las reglas para resolver lo que parecen ser las crisis más inmediatas de la vida.
Hay principios concretos cuya finalidad es llevarnos a salvo a nuestro destino, en tanto que estemos dispuestos a confiar en ellos y no alterar el rumbo a causa de temores repentinos. Debemos tomar la determinación de estudiar la carta de navegación, acatar las reglas y corregir el rumbo. En caso contrario, terminaremos con el agua al cuello cuando nos azoten las tempestades de la vida.