Escalada libre

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En una ocasión fui a pasar dos semanas con unos amigos al final del verano. El descanso fue una agradable variación de mis ocupaciones habituales y una oportunidad de pasar más tiempo con Jesús, descansar y reflexionar antes de tomar varias decisiones importantes. Fueron unas semanas maravillosas.

Un día fuimos a hacer escalada libre. Se trata de subir por terreno rocoso sin servirse de medios artificiales, aunque se emplean sogas y otros medios de seguridad para proteger al escalador en caso de caída y, a veces, para ayudarse en el descenso.

La mayoría de mis acompañantes estaban muy entusiasmados. Para ellos no era la primera vez; ya sabían lo que era. Había entre ellos un señor que había sido instructor profesional de alpinismo. Al poco rato, pusimos manos a la obra: nos calzamos botas de montaña, preparamos los equipos de seguridad y evaluamos y comentamos la subida de aquella pared casi vertical.

Después de que varias personas hubieron subido y bajado, me dijeron que el siguiente sería mi hijo de once años y me preguntaron si quería mirar. No quise. Confiaba en que Jesús respondería a nuestra oración protegiéndonos; también confiaba en que los alpinistas expertos que nos acompañaban velarían por que no tuviera ningún percance. Pero claro, hay cosas que es mejor que una madre no las vea. Como por ejemplo aquello.

A decir verdad, trepar por un precipicio no me ilusionaba tanto como a los otros. Es más, tenía miedo; no tanto de la subida sino del descenso, porque no podría ver a dónde me dirigía.

Así que me disculpé y fui a caminar por un bosque cercano. Escuché los pájaros, observé las flores silvestres, admiré el cielo azul y los altos y firmes árboles y me dejé envolver por la luz solar. Esperaba que los demás se olvidaran de mí, pero no fue así. Al cabo de un rato, me llamaron. Querían que intentara la escalada.

Cuando volví a la pared, que tendría unos siete metros de altura, los otros ya lo tenían todo preparado; la persona que me sujetaría estaba lista y me esperaba con paciencia. Me puse las botas de alpinismo, que son muy ligeras y flexibles; la parte de los dedos y las suelas están hechas de forma que tengan más agarre en superficies rocosas. Mientras me abrochaba la chaqueta y me ponía el arnés que sujetaría la cuerda de seguridad, me preguntaba si de verdad estaba dispuesta a hacerlo. ¿Y si lo intentaba y me gustaba? ¿Y si no lo intentaba y más adelante me arrepentía de no haberlo hecho cuando tuve la oportunidad? Respiré hondo y empecé a subir.

La escalada resultó más fácil de lo que esperaba. Cuando estaba a mitad de camino, me propusieron que practicara la bajada antes de llegar muy alto. Me dijeron que me soltara de la pared, me asiera a la cuerda, me echara hacia atrás como apoyándome en el aire y me impulsara con los pies para alejarme de la pared, mientras un hombre fornido iba soltando poco a poco soga desde abajo.

¡Me quedé paralizada de miedo! Estaba enojada conmigo misma por encontrarme en aquella situación. Me dio vergüenza, porque muchos me observaban. Todos hacían sugerencias y me animaban, pero no lograba moverme. Me quedé sin saber qué hacer. Estaba a punto de llorar.

El ex instructor subió y me ayudó a bajar. Cómo me alegré de volver a pisar suelo firme.

Nadie volvió a hablar del incidente, pero en más de una ocasión me ha venido a la memoria. Me di cuenta de que me he portado de igual manera con Jesús cuando he empezando algo nuevo y confiado en teoría o cuando es fácil, pero si había presiones cedía a la desconfianza y el temor. Cuando me ha parecido que bajo los pies no tenía sino aire, ¡muchas veces he tenido miedo de relajarme y confiar plenamente en Él! Ahora bien, cuando me he quedado sin saber qué hacer y he tenido miedo, no me ha regañado ni me ha hecho sentir vergüenza. En esos casos me dice: «No te preocupes. Aguanta. Voy a ayudarte». Entonces llega, me estrecha en Sus fuertes brazos y me ayuda a poner otra vez los pies sobre suelo firme.

¿Qué mejor instructor, guía y protector podríamos desear que Jesús? Siempre cuento con Él.

Mila Govorukha es misionera de La Familia Internacional y vive en Bosnia-Herzegovina